Arqueólogos y sepultureros

Pido plís a los arqueólogos que no deshagan el laburo que con fragor hicieron –vaya a saber cuántos años ha- los amigos sepultureros, sin los cuales seríamos alimento para los buitres el día que palmamos. ¡A mí no! A mí cada vez que muera déjenme nomás al aire libre -pobres buitres, tan buena onda los entrañables buitres, a quienes siempre les tiran la peor, y ellos se la comen sin chistar. Bueno: chistan, pero de gusto-. Lo que me perjudica moralmente yo diría si es que se le puede permitir la moralina a un viejo verde como yo es el poco respeto que me les tienen a los sepultureros. ¡Sacrilegio! Gritan cuando se desentierra al muerto, y resulta que nadie habla del pobre boncha que tuvo que cavar el foso, que en paz descanse: pero no. El sepulturéitor jamás descansa porque siempre le tiran un muerto más, y como si esto no fuera suficiente más tarde vienen los arqueólogos y le desentierran todo. Yo que mido el tiempo en añares y no en años, pienso en el daño que se le hace a quien quiere llevarse el secreto a la tumba, como don Ángelo Mariani, que se llevó el secreto del vino Mariani: la fórmula de un elixir que puso feliz a mucho poeta maldito. No me cabe que caven la tumba del viejo Angelo todos los años en busca de la fórmula. Ya cavé yo: no dejó ninguna data.

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