Un sapo psicodélico en el club de los veintisiete


Un día quedé stand-by a lo Sueiro, y en el hall de entrada del heaven le musité al que creí que era el Dios posta: quiero entrar en el club de los 27. Me dijo: no soy Dios, loco. Dios no atiende en persona, y menos a un perejil como vos. Soy un arcángel. ¿Qué arcángel sos? ¿Gabriel? ¡Gabriel no! -dijo-. Soy el arcángel Collins ¿no me ves la pelada? Tereque te tere… (aquí los memoriosos recordarán que el solo de batería de Phil Collins -el del hit del disco Face Value- era un choreo mal al boxitracio). La cuestión es que este garcángel no me dejaba pasar al club VIP de los 27. Primero que nada -me dijo- vos ya tenés bastante más de 27. En segundo lugar no nos consta que seas un mito del rock. Antes de palmar te hubieras asegurado de ser un mitito barrial, no sé: ¡hubieras hecho una canción… no te pido un LP! Pero te pasaste la vida cruzado de brazos. ¿Cómo? -protesté-. Tengo los brazos demasiado cortitos como para cruzarlos. ¡Basta! -dijo el arcángel de Genesis-. !Te volvés ya mismo por ese túnel fluorescente! Eso hice. Pegué la vuelta farfullando quejas por lo bajo. Hoy croo que me hicieron un favor no dejándome entrar al Club 27. Nunca me llevé bien con esos veintegenarios que me lamen o me exprimen o me fuman por una cuestión de piel. !No es por amor al rock que me besuquean!

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