La atmósfera instantánea del reino de Arlistán


Yo nunca supe el valor que tenían mis patas traseras hasta que las perdí, que me las cortaron para comérselas, porque yo tengo carne psicodélica ¿lo había dicho, esto? Si no lo dije es por temor a tener amigos que sólo sean amigos por interés. O sea, me halaga que tengan interés por mí, pero no ese tipo de interés, tan material. Lo que recuerdo, con pesar, es que en un recital de los Grafeful Dead, unos hippies amigos de Jack Nicholson me agarraron para irme comiendo lo más tiernito de mi achaparrado cuerpecito… ¡se avivaron que mis extremidades me crecían de nuevo! Lo cuento esto y ya es como que me quiebro. ¡Me transformé en un hongo psicodélico autorreciclable! Es lo que llamo la exploración del sapo por el hombre. Por suerte un día logré zafar. Pero yo por eso respeto a la gente que ha vivido en un frasco, como se suele decir. Porque yo viví en un frasco: el reino de Arlistán, un frasco de Arlistán, donde me tenían vivo con agua y pan. ¡Un cafecito, por lo menos! Pedía yo. Porque estaba impregnado todo por esa atmósfera instantánea. La Dolca vita: ¡ni el Conde de Montecristo sufrió tanto en esa prisión! Pero no tengo nada de qué arrepentirme: fui parte de la caravana de hippies que seguía a los gloriosos Grateful Dead, de un toque a otro.

No hay comentarios: