La frutillita en la torta de la gran manzana


Nueva York era una masa en la segunda mitad de los setenta. Tenías a los Ramones, suponete, en la Knitting Factory, al sur de Manhattan ¿o todavía no existía ese lugar? Bué. Por ay en el Village tenías, digamos… Miles de Davis. Había atracciones por Miles. Pero de repente, all of a sudden: una bandita inglesa mete ruido nuevo: los Sex Pistols, que van de gira por Nueva York. Y para qué: amor mutuo. Vicious se enamora del Chelsea y todo ese mambo con Nancy. No quiero olvidar que en esa época tenías la posibilidad de ir a la casa de un amigo tuyo que vive en el edificio Dakota, donde con un vaso en la pared te podés poner a escuchar lo que están haciendo John Ono y Yoko Lennon. No olvidemos que estaban cerca de retornar con Double Fantasy. Pero la frutilla en la torta de la Big Apple de fines de los 70 llega con los Talking Heads. Lo eran todo: hiper populares, elegantes, contraculturales. Buenísimos músicos, bailables e impactantes en lo visual. Ann, Bill y Babol. O sea Unbelievable. Y claro. La New Wave era una inyección de sofistiquéishon necesaria, porque hasta los punk estaban hartos del punk. En el Central Park ví a uno de los Clash poniéndose colorado al verme: de su Walkman de Sony recién salido de fábrica salía el humo de Byrne quemando la casa.

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